II
El hombre es como un árbol que ha nacido
en el vasto pradal del desengaño,
que crece sin cesar, año tras año,
ignorando su tronco carcomido.
El hombre es como el eco de un quejido
que se pierde en el aire, en el extraño
camino que él se labra, daño a daño,
y que muere en la esquina del olvido.
Arbol, eco... Dios mío, ¿qué misterio
envuelve nuestra humana condición
uncida eternamente al cautiverio?
Yo quisiera confiar en tu balanza
para pesar en ella el corazón...
¡y estos pobres despojos de esperanza!
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