miércoles, 3 de abril de 2013

angel cazorla olmo:     En sueñosHe visto un lucero blancopor encima ...


                              Sonetos al hombre (esp.)

                                             (Angel Cazorla)

   

       Este es un nuevo libro de Angel Cazorla. No es uno más, sino un libro importante que expresa en ortodoxos sonetos parecidas cuitas a las que, a fines de los años cincuenta, dio vida en la prosa novelada de "El pan y la tierra", la obra que me sirvió para descubrir definitivamente toda la humanidad - esforzada, sacrificada, doliente y pesimista - del cordial, alegre y bonachón amigo Cazorla
    No busque el lector ironía ni contradicción en estas frases iniciales de un prólogo que me ilusiona. Cazorla es de una pieza, metal flexible, vidrio maleable, antes que barro informe; y en su dura vida ha pasado por dos baches difíciles y profundos, llenos de melancolía, de depresión: del primero nació "El pan y la tierra", del segundo han surgido estos "Sonetos al hombre". Salpicando este enmarañado camino literario, quedan por mencionar casi un centenar de novelas y relatos que van de los pistoleros del Oeste a las guerras lejanas, de las persecuciones policíacas a la ciencia ficción y una infinidad de traducciones y trabajos editoriales de encargo.
    Con lo dicho se puede ya intuir que los cuarenta sonetos de este libro del almeriense Angel Cazorla, que lleva a cuestas un honroso medio siglo de existencia catalana, de terrassenquismo, son versos teñidos de pesimismo, pero también de grandeza clásica, muy elaborados, muy sinceros, con la humanidad más que con el hombre singular como protagonista único, constante, como "tristes hormigas obedientes" o "despojos de esperanza", seres resignados a la "mezquina condición de animal inteligente", quizá para sufrir más a conciencia, pero en todo caso para pasar de puntillas por su propia historia, callarse, dudar y huir con dolor fatalista de sí mismo. Para Cazorla, el ser humano - su ser y esencia - es un "ángel defectuoso", que pretende "saber a donde voy, de donde vengo",y que llega a comprender "cuán duro es el oficio de ser hombre", porque "es un pesar y una alegría", que anda un largo camino cual nave sin rumbo, quizá "disfrazado de punto cardinal"...
    Los sonetos que siguen lo expresan todo con claridad diáfana, porque estamos ante un libro de un poeta esencial, que convierte incluso en poesía su prosa de cada día y que en su inspiración nos evoca huellas calderonianas cuando, como Segismundo, lamenta haber nacido, siente la eterna duda existencial y con un guiño quevedesco considera la vida como una "broma" de Dios y por eso afirma en sus mejores  versos: "soñar, morir, vivir, qué sinsentido". "Soñar es un capricho prohibido./ Morir es un capricho obligatorio". Y en laza la vida con la muerte y nos hace pensar en el mejor Bécquer de las ánimas legendarias y rítmicas, porque "malhadado es el sino del hombre y su ceguera", o en las medievales "danzas de la muerte", más anónimas que clandestinas.
    Pero nuestro poeta, por el mismo camino clásico, cautivo "como árbol en pedregal", no pierde nunca la serenidad ni apaga una llamita de sutil esperanza, un arco iris que "sea el principio de otra era",
una fugaz ilusión que le da calma para trillar el sendero de fray Luis, por el que han ido los pocos sabios que en el mundo han sido. Y esta esperanza la encontramos, amigo lector, entre la soledad del soneto XVIII y el conformismo del soneto XXII, cuando abierta la caja de Pandora contempla y considera, con ilusión y congoja, el salto adelante del progreso humano, irrenunciable, con sus peligros, errores, aciertos e ilusiones.
    Es la historia de la humanidad, descubierta, intuida, a través de la pequeña, acorralada, cautiva y dubitativa vida íntima de un poeta del desengaño y del desaliento, cuanto descubrimos en la gran lección de estas páginas que son un ejercicio de métrica perfecta en el serio equilibrio entre la vida y la muerte.       
                                                                                                                 

                                                                                                                    Dr. F. Torrella Niubó.

                            I

¿Qué puede hacer el hombre en esta hora
huérfana de ternura y de latido,
en su eterno arrastrarse, malherido,
por el camino ignoto de la aurora?

¿Qué puede hacer el hombre si no llora
ese inmenso dolor de haber nacido
y sentirse, al nacer, desposeído
de la paz y el amor que sueña ahora?

¿Qué puede hacer el hombre si en su boca
habitan los resabios de la pena
y pierde su esperanza de infinito?

¿Y qué puedo hacer yo si se desboca
el potro en que cabalga mi condena
por la pendiente cósmica del grito?


                          II

El hombre es como un árbol que ha nacido 
en el vasto pradal del desengaño,
que crece sin cesar, año tras año,
ignorando su tronco carcomido.

El hombre es como el eco de un quejido
que se pierde en el aire, en el extraño
camino que él se labra, daño a daño,
y que muere en la esquina del olvido.

Arbol, eco... Dios mío, ¿qué misterio
envuelve nuestra humana condición
uncida eternamente al cautiverio?

Yo quisiera confiar en tu balanza
para pesar en ella el corazón...
¡y estos pobres despojos de esperanza!


                          III

El hombre es un dolor vivo y constante
en una herida abierta, siempre roja,
como una flor marchita que deshoja
sus pétalos al viento trashumante.

El hombre es el eterno tripulante
de una nave con velas de congoja,
por un mar sin azul donde se moja
su alma estremecida y palpitante.

Oh, si este corazón fuera capaz
de entrar en la quimera del ensueño
para vivir en ella eternamente...

Oh, mi pobre ilusión, llama fugaz,
¿no ves que perderás en el empeño
tu vocación de pájaro y de fuente?



                                                                              IV


Pocos senderos quedan en el mundo
por donde pueda el hombre caminar
con la ilusión a cuestas, y saciar
al tiempo su hambre y sed de vagabundo.

Los he contado, y siempre me confundo
al no tener costumbre de pensar,
acaso porque creo que el azar
o Dios me ayudarán. ¿Por qué me fundo

en razones tan vanas? ¿Por qué espero
encontrar una ruta que me lleve
más allá de la luz de la memoria?

Lo ignoro en absoluto. Sólo quiero
que el final esperado sea leve
y pasar de puntillas por la historia.

                         V

La vida es una broma muy pesada
que muchos soportamos a desgana.
Qué gran bromista es Dios. Cada mañana
nos hace despertar y nos degrada

con la pobre limosna, despiadada,
de un sol que no alimenta nuestra gana,
de una fuente ya seca, que no mana,
de una ilusión tan parca que anonada.

Y nos pensamos grandes, imponentes,
únicos en la oscura vestimenta
que cubre nuestra carne apaleada.

Somos tristes hormigas, obedientes,
para participar en esa lenta
carrera que nos lleva hacia la nada.




                                                                               VI

El hombre se encarama cada día
a la cima incorpórea del ensueño,
y pone en la ascensión todo su empeño
siempre en un más difícil todavía.

Sin saber lo que busca en su porfía,
se enfrenta a un horizonte tan pequeño
como el que goza el pobre pedigüeño
reflejado en su propia cobardía.

Difícilmente puede el hombre ver
esa limitación que su destino
le depara en la paz como en la guerra.

Y comprende que nada puede hacer
si no es andar de espaldas el camino
que a dos manos le empuja hacia la tierra.


                       VII

Cuántas veces el hombre se equivoca
en ese loco afán de superarse,
arrasándolo todo, y de lanzarse
a escalar la montaña, roca a roca.

Cuántas veces su mente se disloca
y aunque quiera no puede resignarse
a convivir en paz, sin alejarse
de esa paz que su entorno le convoca.

Cuántas veces el hombre, en su mezquina
condición de animal inteligente,
olvida su función de ser humano.

Y cuántas veces muere en una esquina
sin degustar siquiera el aliciente
de una mano de amigo, de una mano


                       VIII

Me duele hasta el mismísimo dolor
de haber visto la luz en este valle
al que llaman de lágrimas, sin calle
para salir del túnel del horror.

Increíble descuido el del Señor
al permitir que su obra se encanalle;
quien piense lo contrario que se calle,
porque a veces callarse es lo mejor.
           
El gran sabio, dechado de paciencia,
buscando a pleno sol con su linterna,
no pudo hallar un hombre entre el gentío.

Al fin nos dolerá hasta la conciencia,
porque el dolor con el vivir se alterna
para no sucumbir al desvarío.


                      IX

El hombre duda, cae a cada instante
para luego volver a tropezar
en esa dura piedra que el azar
o tal vez Dios le pone por delante.

El destino del hombre es inquietante,
su sino sempiterno es el dudar;
ni siquiera le es dado contemplar
la mueca pertinaz de su semblante.

¿Hacia dónde va el hombre si no tiene
ni un charco que refleje su miseria,
ni el mínimo solaz de una sonrisa?

Hacia ninguna parte, y se sostiene
para seguir muriéndose en la histeria
de sus propios errores, prisa a prisa.


                       

                          X

Viviendo estoy de espaldas a Dios. Soy
un ente sin pasado ni futuro.
No quiero pensar. Sólo me aventuro
por la luz que me envuelve cuando estoy.

El ayer, el mañana y este hoy
donde todo, hasta el aire es tan impuro,
construyen, piedra a piedra, recio muro
que me cierra el camino adonde voy.

Un ente acorralado, vaga pieza
más del loco engranaje. La angustiosa
llamada de la muerte suena y suena.

No me queda siquiera la entereza
del rictus; poco a poco la gran losa
va siendo ya telón sobre la escena.


                        XI

¿Qué puedo daros yo si ya no tengo,
amigos, otra cosa que el despecho
y la amarga dureza de este lecho
y el haz de huesos en que me sostengo?

Saber adónde voy, de dónde vengo,
desmenuzar mi vida trecho a trecho,
no me concede apenas el derecho
de hurgar en la raíz de mi abolengo.

Y es que, después de todo, en esta vida,
regalo de carácter inconcreto,
laberinto de oscuros callejones,

apenas se ha de oír la bienvenida
y quizá sólo Dios sepa el secreto
de este andar con el llanto en los talones.





                          XII

Llaman inspiración al laborioso
esfuerzo de la mente del poeta,
pues hay que darle un nombre. La veleta
también podría ser pájaro airoso.

En cuanto al hombre, ángel defectuoso,
de personalidad tan incompleta,
¿qué se puede opinar sobre su meta
en medio de este caos luctuoso?

Ese largo, infinito aprendizaje,
representa en sí mismo un universo
donde el hombre se siente irrealizado.

Y el poeta, en su fiel peregrinaje,
recorre paso a paso, verso a verso,
el camino que su alma le ha trazado.


                     XIII
                              

El hombre está luchando eternamente
contra un destino incierto que la vida
marca en su corazón, como una herida
con la huella de un hierro incandescente.

Busca, quiere encontrar entre la gente
la luz de una sonrisa enternecida,
y al final se ve solo, sin cabida,
sólo él y el desamparo, frente a frente.

Qué duro es el oficio de ser hombre,
qué largo y espinoso es su camino,
qué extraña la ruleta de su suerte.

¿Y todo para qué, si está su nombre
escrito en el oscuro pergamino
que blande la guadaña de la muerte?





                        XIV

La grandeza del hombre no radica
en manejar las llaves del poder;
para ser hombre y grande es menester
la humanidad que al justo cualifica.

La grandeza que el hombre reivindica
es la mera función de anteponer
lo que hay en su interior de Lucifer
a lo que hay de bondad, que nunca aplica.

El hombre, que ha perdido ya su pista,
corriendo en un impulso loco, ciego,
cual si estuviera huyendo de sí mismo,

es víctima de un sino fatalista,
y se quema al final en ese fuego
que ha encendido su propio despotismo.


                    XV

Esa verdad inédita que tanto
ha perseguido el hombre, alucinado,
esa por la que Dios ha apostado
incluso su prestigio sacrosanto,

esa verdad, amigo, que no canto
desde mi propio yo, desaforado,
esa verdad de cuño aquilatado
que siempre nos conduce al desencanto,

esa verdad tan vana como el viento,
que a veces entrevemos en el sueño
y disloca el afán de la memoria,

esa verdad sincera que yo intento
hallar dejando el alma en el empeño,
esa verdad, amigo, es pura historia.




                         XVI

El hombre está cargado de cadenas
cuando apenas esboza el primer llanto,
y sufre, y se retuerce, mientras tanto,
lamiendo sus heridas y sus penas.

La sangre que circula por sus venas
tiene el sabor amargo del acanto,
y sus ojos reflejan el espanto
de miles injusticias y condenas.

Poco puede esperar, muy poco, el hombre
de un mundo desertado del amor,
engendrado al revés y contrahecho.

Por mucho que se esfuerce y desescombre
él solo, a manos llenas, su dolor,
a tientas vivirá, ciego y maltrecho.














                                                                            XVII

Qué lástima que al hombre, al hacedor,
escrito con minúscula, sin sumo,
no le quede en el mundo del consumo
sitio donde ubicar el pundonor.

Que el hombre está abocado al desamor,
que es el hombre en la vida apenas humo,
me atrevo a presumirlo, y lo presumo,
sintiéndome, como él, depredador.

Y si al hombre ya nadie lo depreda,
tan sólo él mismo puede depredarse
mirándose al espejo de su hermano.

Qué sinuosa y qué angosta es la vereda
que le llevará al fin a despeñarse
en la sima construida por su mano.



                    XVIII

¿Puede llamar el hombre a cualquier puerta
sin un temblor de incógnita en su mano,
sin temor a escuchar: "perdone, hermano",
buscando una limosna siempre incierta?

Tal vez la caridad esté ya muerta
o quizá desertó del ser humano,
deviniendo un concepto tan lejano
que al alma atemoriza y desconcierta.

Qué triste y angustiosa soledad
está acechando al hombre a cada paso
por mucho que se pierda entre el gentío.

¿Cómo puede encontrar humanidad
donde todo, hasta el aire, es tan escaso,
tan medido, tan cruel y tan vacío?


                           XIX

Hacia el sur, hacia el norte, da lo mismo.
¿Qué son los cuatro puntos cardinales?
¿Qué son los doce signos zodiacales?
Conceptos de un inútil eufemismo.

Al hombre lo persigue un rigorismo
de profundas raíces ancestrales,
y va dando traspiés por terrenales
sendas que lo encaminan al abismo.

No existe la salida ni el escape
a la angustia feroz que lo atenaza
desde el tibio calor que da la cuna.

Es en vano que luche, que destape
la caja de Pandora, pobre baza,
en la rueda fatal de su fortuna.


                         XX

Nos juega Dios de siempre una partida
de sublime ajedrez; sus movimientos
nunca fallan, y son nuestros intentos
una mera endeblez de acometida.

La diferencia es tan desmedida
que no nos da lugar a lucimientos,
pues todas las jugadas son momentos
de amargura que sumas a la vida.

Cuán sabio el movimiento de sus piezas,
es tan sabio que nunca nos produce
la ilusión o el ensueño del empate.

Ya de antemano sabes, cuando empiezas,
que la jugada más sutil conduce
indefectiblemente al jaque mate.



                      XXI

Cuánto gozo si yo poder tuviera
para cruzar a nado tanto charco
de savia derramada. Desembarco
del sueño, de ese sueño de cualquiera,

y me quedo indeciso ante la espera
de otra savia intangible, de otro marco,
de otro sol, de otra lluvia donde el arco
iris sea el principio de otra era.

Pero mi tiempo de hombre ya se acorta,
y me queda un camino duro, largo,
y dejo de contar hasta las horas.

Cuánto gozo si la conciencia, absorta,
entrara dulcemente en el letargo
infinito de noches sin auroras.





                                                                              




                         XXII

Da pena ver que el hombre se adormila
o adormece escuchando cualquier voz
sabiamente afilada, cual la hoz
que luego lo cercena, lo aniquila.

La conciencia del hombre se obnubila
con ese conformismo tan atroz
que le impide ver algo tan feroz
como el lobo que está ante su pupila.

Lobo que a dentelladas lo devora,
lobo que siendo hermano de camada,
lo inmola como quiere y cuando quiere.

Dos hombres frente a frente en esta hora
de sevicia brutal, de cuchillada,
de desamor que mata y que malhiere.


                          XXIII

Va el hombre por la vida en una nave
que ha perdido el gobierno, que ha perdido
el derrotero, y ya despavorido
quiere volver atrás, pero no sabe

que ha equivocado el rumbo, que cual ave
ignorante de su árbol y su nido
aletea en un cielo indefinido
que carece de norte, sin enclave

donde ejercer su hambre y su pobreza,
donde medir a pálpitos su sino
o lamer sus heridas, pena a pena,

sin poder levantar ya la cabeza
para no vislumbrar ese destino
que irremisiblemente lo encadena.



                        XXIV




Qué largo este camino, Dios, qué duro
el pedazo de pan con que alimento
esta gana de siempre, mal sustento
que nunca es suficiente ni seguro.

Qué largo este camino, qué inseguro
este andar merodeando el desaliento,
este eterno volar de viento en viento,
esta ínfima esperanza de futuro.

Qué largo este camino, cuánta piedra
regada con la sangre que se encharca
sin cauce que la lleve al corazón.

Qué largo este camino, cuánta hiedra
lo sombrea, lo ciñe y lo demarca
sin razón aparente, sin razón.


                         XXV

Vive el hombre un dolor en cada esquina
de cada calle por la que transita,
con su destino a cuestas, y acredita
su medida de cólera, y su inquina.

Cuán pobre su futuro, cuán mezquina
la choza de esperanza donde habita,
donde cada mañana llora y grita
convencido que vive de propina.

Ha de llegar el día, ¿pero cuándo?
en que el hombre se asome a su conciencia
para leer en ella su verdad.

Ese día en que el hombre tome el mando,
el timón de su propia independencia,
semilla que germina libertad.





                                                                         XXVI

El hombre se debate ante la duda,
ante esa duda eterna, existencial,
que acordona su vida terrenal
con una valla férrea y puntiaguda.

¿Quién le puede prestar al hombre ayuda
para que no resbale en lo abismal?
¿Cómo infundirle el ánimo vital
y cómo revestir su alma desnuda?

El hombre sin la duda correría
el riesgo de perder su identidad
a cambio de una inútil certidumbre.

Por eso se atormenta, día a día,
jugando a cara y cruz con la verdad,
y oscila entre la duda y la costumbre.


                       XXVII

Imposible es vivir con este peso
que anula la conciencia, la aletarga,
haciendo más difícil esta carga
que domestica al hombre con su exceso.

¿Es imposible hallar el simple beso
o la dulce emoción que desamarga
la flor del corazón y que lo embarga
con el tibio sabor del embeleso?

La imposibilidad es para el hombre
cual rigurosa imagen cotidiana,
un siniestro y constante desafío.

Acaso Dios pretende que se asombre
de ver que al despertar cada mañana
más y más se limita su albedrío.





                         XXVIII

Construyendo el bastión de su esperanza
el hombre, eternamente a duermevela,
no se atreve a dormirse porque anhela
la conclusión de su obra, la bonanza

de una mar vislumbrada en lontananza
por donde navegar a toda vela,
dejando en el azul la blanca estela
de un pentagrama en clave de romanza.

Mas cuando al fin su torre de Babel
llegue a rozar los límites del cielo,
o su barca lo lleve a la otra orilla,

verá que ya no hay torre, ni bajel,
y que todo el ensueño de su anhelo
se muta poco a poco en pesadilla.


                       XXIX

El hombre es un pesar y una alegría
que corren por la vida paralelos;
alegría, dolor, fuente de anhelos
cegada cuando el hombre más la ansía.

Poco importa si el hombre se desvía,
si busca nuevas rutas, nuevos suelos
donde enterrar por siempre sus desvelos
y el amargo sabor de la agonía.

¿Es un pesar el hombre? Tal vez sí.
Tal vez sea su propio frenesí
el punto cardinal de su destino.

¿Es el hombre alegría? No, su sino
depende por entero de sí mismo
y va del entusiasmo al pesimismo.







                  XXX

Ya no hierve mi sangre ni me inmuto
al ver tanto degüello de palomas
blanqueando las cumbres y las lomas
con su candor eterno e impoluto.

Cuánto luto en el hombre, cuánto luto
cuando sales de tu casa y te asomas
al foso maloliente de carcomas
bañado por un sol triste y enjuto.

Ya no hay capacidad para el asombro
en este nuevo mundo de la ciencia
que avanza sin timón y sin gobierno.

Por eso yo me siento y desescombro
esa escasa limosna de paciencia
casi agotada ya en mi fuero interno.



                         XXXI

Viviendo estoy al filo de la espera,
¿y quién no, quién no vive desahuciado
de su propio silencio? Malhadado
es el sino del hombre, y su ceguera.

Corre el hombre, y no puede su cojera
llevarlo al objetivo que ha soñado,
y al despertar se siente traicionado
como tú, como yo, como cualquiera.

Y si digo vivir, por decir algo,
es igual que morir sin decir nada,
o poner vida y muerte en la balanza.

¿Qué más da lo que soy o lo que valgo?
No hay señales en esta encrucijada
de caminos torcidos, de asechanza.






                    XXXII

Esta noche he soñado que me hallaba
en un extraño bosque de sonrisas,
y olvidado del tiempo y de sus prisas
estaba a solas conmigo, y estaba

sin dardos y sin flechas, sin aljaba.
Mis manos se movían, indecisas,
intentando apresar todas las brisas.
Más de una acariciarla me dejaba

quizá porque sentía compasión,
quizá porque sabía que mi sueño
nunca sería un sueño duradero.

Cuántas veces mi propio corazón
ni siquiera me deja ser el dueño
de soñar lo que quiero y como quiero.


                         XXXIII

¿Cuánta fe necesita el hombre medio
para creer que lo que cree es cierto,
para no naufragar lejos del puerto
y hundirse para siempre, sin remedio?

¿Cuánta fe necesita, de promedio,
para creer que en este desconcierto
lo mismo da estar vivo que estar muerto
si es que un día termina el cruel asedio?

Axioma es que la fe mueve montañas
porque la consideran don divino,
mas sólo es patrimonio de unos pocos.

Prefiere dar el hombre a sus entrañas
al calor de la fe el calor del vino,
pues vale más estar ebrios que loco.




                            XXXIV

Quisiera, oh Dios, saber la diferencia
que hay entre la cordura y la locura
del hombre, que almacena la amargura
entre su corazón y su conciencia.

Si la locura es una pertenencia
que el hombre lleva atada a su cintura,
la cordura le es dada con usura,
acaso disfrazada de demencia.

Es como estar soñando o estar despierto
subido al trampolín de la memoria
frente a los cuatro puntos cardinales.

Quisiera, oh Dios, saber sin desacierto
por qué en los arcaduces de esta noria
somos, cuerdos o locos, siempre iguales.


                    XXXV

Es un concepto ambiguo la justicia,
tanto como es el fiel de su balanza,
pesando los jirones de esperanza
que el ser humano mima y acaricia.

El hombre se enfurece y se desquicia
cuando siente perdida su confianza
y se ve rodeado de asechanza
envuelto entre la red de la malicia.

Qué daría por ver un hombre justo,
qué por tocarlo si alargo la mano,
qué por saber tan sólo que está aquí.

Mejor que no lo encuentre, que mi susto
a lo peor resulta sobrehumano
y me mata en su propio frenesí.





                       XXXVI

Cuando se ciega el rojo manantial
de la sangre en los labios de la herida
y la conciencia yace, adormecida,
en su vana envoltura corporal,

ya no le queda al hombre otra salida
que perderse en el loco carnaval,
disfrazado de punto cardinal,
riéndose a carcajadas de la vida.

Porque son los caminos tan escasos
y tantos los peligros que le aguardan
que ni siquiera mide ya sus pasos.

Y sus cinco sentidos se acobardan,
y le da igual que sus despojos ardan
en las llamas de todos los ocasos.


                   XXXVII

¿Será Dios, por azar, un prestamista
de vidas, disfrazado de usurero,
o se trata quizá de un padre austero
que oculta su rigor de catequista?

A veces lo imagino un estadista
que abusa del poder y de su fuero,
nada amoroso, nada compañero,
enquistado en su trono absolutista.

No somos ambiciosos y esperamos
un rasgo de ternura, una sonrisa
que venga de su faz desconocida.

Porque ni tan siquiera somos amos
de una fe que se nos torna insumisa
de tanto desangrarse por su herida.





                     XXXVIII

Soñar es un capricho prohibido.
Morir es un capricho obligatorio.
Vivir es como un punto giratorio.
Soñar, morir, vivir, qué sinsentido.

Soñar con un edén que se ha perdido.
¡Qué poco tiene el hombre de notorio!
Se vuelve él mismo chivo expiatorio.
Siempre solo, olvidado y malherido.

Padece el hombre un mal irreversible.
Posiblemente el de saberse vivo.
O quizá el de ignorar su santo y seña.

Soñar, morir, vivir, sino infalible.
Enfermedad de signo positivo.
Soñar que se ha soñado que se sueña.


                         XXXIX

Qué brevedad tan dura hay en mi acento
harto de recorrer tanto camino,
de vagar por la vida sin destino
como vaga la voz a ras de viento.

Un momento de paz, sólo un momento,
para sellar el libro de mi sino.
¿Qué gano siendo eterno peregrino
mientras me quede aliento en el aliento?

Para un día, mañana, no sé cuándo,
entregar esta antorcha cenagada
al que venga pisando mis talones.

Para un día, mañana, no sé cuándo,
apoyar el cansancio en la alborada
y dispendiar la sangre a borbotones.





                          XL

Me muero como el pájaro, me muero
por los cuatro costados de la herida
cuando en el cielo empieza su caída
vertiginosamente hacia el otero.

Me muero como el pájaro, y me entero
que la muerte practica su embestida
jugando al ajedrez una partida
con las blancas y negras del tablero.

Me muero por la vida paso a paso,
me muero como el pájaro abatido,
me muero como el sol en el ocaso.

Me muero sin sentirme arrepentido
de haber ahogado en vino, vaso a vaso,
el oscuro dolor de haber vivido.