martes, 4 de octubre de 2011

II

                          II

El hombre es como un árbol que ha nacido 
en el vasto pradal del desengaño,
que crece sin cesar, año tras año,
ignorando su tronco carcomido.

El hombre es como el eco de un quejido
que se pierde en el aire, en el extraño
camino que él se labra, daño a daño,
y que muere en la esquina del olvido.

Arbol, eco... Dios mío, ¿qué misterio
envuelve nuestra humana condición
uncida eternamente al cautiverio?

Yo quisiera confiar en tu balanza
para pesar en ella el corazón...
¡y estos pobres despojos de esperanza!



lunes, 3 de octubre de 2011

Nada

          Nada

No quedan señales altas
en que apoyar la esperanza,
ni gritos, ni voces claras,
ni el eco de la palabra
donde repose, descalza,
la brisa de la mañana.
Si miras al cielo ganas
duro contraluz de escarcha
y un dolor en la mirada
olvidadiza del alba.
Absolutamente nada
me dulcifica las ansias
de abrir esa ventana
por donde desangra el alma.
No quedan señales altas
donde colgar la nostalgia
o la azul rememoranza
de otros mares, de otras playas,
de otros remos, de otras barcas.
Estrellas abandonadas
en el espacio derraman
luces picudas y blancas
en madrugadas lejanas.
Miles de omegas sin alfas
pululan por las galaxias
en busca de una alborada
sin pájaros, solitaria.
El cielo es sólo añoranza
donde las gaviotas plasman
inconcretos pentagramas
de música desgarrada.
No quedan señales altas...
¡No queda nada en la nada!





Soneto XL

Me muero como el pájaro, me muero
por los cuatro costados de la herida
cuando en el cielo empieza su caída
vertiginosamente hacia el otero.

Me muero como el pájaro, y me entero
que la muerte practica su embestida
jugando al ajedrez una partida
con las blancas y negras del tablero.

Me muero por la vida paso a paso,
me muero como el pájaro abatido,
me muero como el sol en el ocaso.

Me muero sin sentirme arrepentido
de haber ahogado en vino, vaso a vaso,
el oscuro dolor de haber vivido.

Prólogo del Dr. F. Torrella Niubó para "Sonetos al Hombre"

           Este es un nuevo libro de Angel Cazorla. No es uno más, sino un libro importante que expresa en ortodoxos sonetos parecidas cuitas a las que, a fines de los años cincuenta, dio vida en la prosa novelada de "El pan y la tierra", la obra que me sirvió para descubrir definitivamente toda la humanidad - esforzada, sacrificada, doliente y pesimista - del cordial, alegre y bonachón amigo Cazorla
    No busque el lector ironía ni contradicción en estas frases iniciales de un prólogo que me ilusiona. Cazorla es de una pieza, metal flexible, vidrio maleable, antes que barro informe; y en su dura vida ha pasado por dos baches difíciles y profundos, llenos de melancolía, de depresión: del primero nació "El pan y la tierra", del segundo han surgido estos "Sonetos al hombre". Salpicando este enmarañado camino literario, quedan por mencionar casi un centenar de novelas y relatos que van de los pistoleros del Oeste a las guerras lejanas, de las persecuciones policíacas a la ciencia ficción y una infinidad de traducciones y trabajos editoriales de encargo.
    Con lo dicho se puede ya intuir que los cuarenta sonetos de este libro del almeriense Angel Cazorla, que lleva a cuestas un honroso medio siglo de existencia catalana, de terrassenquismo, son versos teñidos de pesimismo, pero también de grandeza clásica, muy elaborados, muy sinceros, con la humanidad más que con el hombre singular como protagonista único, constante, como "tristes hormigas obedientes" o "despojos de esperanza", seres resignados a la "mezquina condición de animal inteligente", quizá para sufrir más a conciencia, pero en todo caso para pasar de puntillas por su propia historia, callarse, dudar y huir con dolor fatalista de sí mismo. Para Cazorla, el ser humano - su ser y esencia - es un "ángel defectuoso", que pretende "saber a donde voy, de donde vengo",y que llega a comprender "cuán duro es el oficio de ser hombre", porque "es un pesar y una alegría", que anda un largo camino cual nave sin rumbo, quizá "disfrazado de punto cardinal"...
    Los sonetos que siguen lo expresan todo con claridad diáfana, porque estamos ante un libro de un poeta esencial, que convierte incluso en poesía su prosa de cada día y que en su inspiración nos evoca huellas calderonianas cuando, como Segismundo, lamenta haber nacido, siente la eterna duda existencial y con un guiño quevedesco considera la vida como una "broma" de Dios y por eso afirma en sus mejores  versos: "soñar, morir, vivir, qué sinsentido". "Soñar es un capricho prohibido./ Morir es un capricho obligatorio". Y en laza la vida con la muerte y nos hace pensar en el mejor Bécquer de las ánimas legendarias y rítmicas, porque "malhadado es el sino del hombre y su ceguera", o en las medievales "danzas de la muerte", más anónimas que clandestinas.
    Pero nuestro poeta, por el mismo camino clásico, cautivo "como árbol en pedregal", no pierde nunca la serenidad ni apaga una llamita de sutil esperanza, un arco iris que "sea el principio de otra era",
una fugaz ilusión que le da calma para trillar el sendero de fray Luis, por el que han ido los pocos sabios que en el mundo han sido. Y esta esperanza la encontramos, amigo lector, entre la soledad del soneto XVIII y el conformismo del soneto XXII, cuando abierta la caja de Pandora contempla y considera, con ilusión y congoja, el salto adelante del progreso humano, irrenunciable, con sus peligros, errores, aciertos e ilusiones.
    Es la historia de la humanidad, descubierta, intuida, a través de la pequeña, acorralada, cautiva y dubitativa vida íntima de un poeta del desengaño y del desaliento, cuanto descubrimos en la gran lección de estas páginas que son un ejercicio de métrica perfecta en el serio equilibrio entre la vida y la muerte.       
                                                                                Dr. F. Torrella Niubó.